lunes, 10 de agosto de 2015

De nuevo: BASTA

Ayer fue un día triste en las redes sociales. Desde la vida de carne y hueso suena algo poco importante, pero creedme, puede serlo. El acoso a cuentas feministas en twitter también es violencia. El hecho de que miles de imbéciles con la cara tapada se lancen a machacar a mujeres que están denunciando el terrorismo machista es reflejo de lo que ocurre en la calle. La violencia escrita es violencia real. Y ha habido consecuencias. Varias mujeres peleonas, valientes y activas han decidido dejar las redes por un tiempo, o quizá para siempre, porque no lo soportan más. 

Pero ante toda esa tristeza @alis_cb me recordó cómo empezamos a abrazarnos entre compañeras hace algunos años, cómo las redes desde las que nos atacan, nos sirvieron (y sirven) para encontrarnos. Porque amigas, "ladran, luego cabalgamos". Así que voy a recoger toda esta rabia y la voy a utilizar. 

No soy capaz de contar las veces que se han organizado campañas de acoso y derribo desde foros de machirulos a muchas compañeras. E incluso cómo se han llegado a ensañar en la vida off line con algunas. A mi misma me cerraron la cuenta de twitter hace meses por difundir la campaña contra un famoso acosador y violador chileno. E incluso tiraron, por unas horas, la web del diario La Columnata cuando publiqué originalmente el post que vuelvo a incluir aquí ahora, en cuyos comentarios se montón una campaña de pataleta y acoso tremenda, vertiendo datos personales etc. 
Vuelvo a publicar este articulito de 2012, como homenaje a las violentadas. Como grito por todo lo que está pasando. Porque todas hemos sido víctimas de alguna violencia, pero no vamos a rendirnos. No van a terminar con nosotras. 

"Y porque solas no podemos, pero con amigas, sí"

Gracias Luzhilda y Sirereta. Gracias, también y sobre todo, a todas nuestras víctimas. 


Manifestación del 3 de agosto en Madrid #VivasNosQueremos
cedida por el @ColectivoMuMa

¡Basta!

Soy una mujer blanca, recién estrenada en la treintena, heterosexual, proveniente de una familia de clase media absolutamente estructurada y llena de amor, mileurista, vivo en pareja en un piso alquilado y tengo estudios superiores. Podríamos decir que pertenezco a la franja de la media cómoda –que no acomodada– de este país en ruinas. Casi una tía con suerte, o así me considero yo.  Bien. Quiero que recuerden esto según vayan leyendo lo que tengo que contarles.

Cuando tenía quince años, hacia la mitad de mi vida, solía bajar al perro por el parque que había debajo de casa de mis padres hacia las siete antes de coger el autobús para ir al colegio. Una mañana se me acercó un chaval, de entre dieciocho y veintiún años, de apariencia absolutamente normal, con el pelo muy corto, casi rapado, y me preguntó que dónde estaba la parada del cercanías. A mí me resultó algo extraño, porque parecía que hubiera venido precisamente de esa dirección. Pero se lo expliqué y se marchó. Al día siguiente, a la misma hora, volvió a aparecer el mismo chaval. Debe de ser un chico que hace la mili en uno de los cuarteles de la zona –recuerdo que pensé– y se me acercó de nuevo preguntándome en esta vez por el hospital Gómez Ulla, que no quedaba cerca de mi casa ni por asomo. Era obvio hasta para una niña despistada como yo que algo raro pasaba. Le dije que no sabía y empecé a irme, él me agarró por el brazo y me giró atrayéndome hacia él. Tenía el pene fuera y lo agarraba con la otra mano. No sé qué hados del destino me hicieron reaccionar. Imagino que fue un instinto atávico de supervivencia, pero le di con la rodilla en los huevos con todas mis fuerzas. Sólo después de eso grité. Mi perra, un setter de gran tamaño que estaba suelta unos metros más allá y ajena a la escena, al oírme gritar volvió y se abalanzó sobre él para atacarle. La agarré del collar y se la quité de encima para salir corriendo a casa. Él estaba encogido en el suelo.  Lo siguiente que recuerdo es estar en casa con un auténtico ataque de ansiedad frotándome con lejía la rodilla con la que le había golpeado porque aún notaba la piel de su polla sobre mi ropa. Como si eso se pudiera notar. Mi madre entró en la cocina y al verme me preguntó por lo ocurrido.

Lo que ocurrió después, incluido el surrealismo zafio de lo que vivimos en comisaría, os lo voy a ahorrar porque tengo muchas otras cosas que contaros y no acabaríamos nunca. Pero baste decir que la sensibilidad y el trato con que nos recibieron a mi madre y a mí fueron terribles, que el agresor jamás apareció –dudo que ni siquiera lo llegaran a buscar– y que me pusieron delante de cuatro -¡cuatro!- álbumes de fotos con agresores sexuales conocidos y fichados de aquellos alrededores.
 Algún tiempo después, me consta  que sólo en mi barrio hubo varios intentos de violación más y alguna que no se quedó en tentativa. Y no, no fueron cometidas por la misma persona. A una chica la metieron en una furgoneta entre varios y se la llevaron a un descampado cercano. En otra ocasión el violador dio con una mujer que sabía artes marciales y le dio de hostias como bien se merecía y fue detenido. Por cierto, que ahora que me doy cuenta, jamás me llamaron para ver si reconocía a este violador, y sólo habían pasado dos años. Por si alguien se despista, os recuerdo que no hablo de Ciudad Juárez, sino de un buen barrio de clase media en Madrid.

Durante mi adolescencia mis amigas y yo empezamos a hacer botellón y a quedar los fines de semana con el grupo de chicos populares del barrio, por supuesto los más macarras y malotes. Recuerdo con muchísima ansiedad aquella época y las muchas ocasiones en que presencié cómo a alguna de las chicas más guapas y/o más desarrolladas del grupo –mi aparato corrector de dientes y apariencia de poca mujer me salvaron– eran forzadas a dejarse tocar las tetas y a darse morreos con algunos o varios de ellos. Así nos fuimos socializando. Recuerdo también que después se solía decir –lo decían unos y otras- que la chica de marras era una guarra que andaba dejándose manosear por todos.
Me fui haciendo mayor y con la cercanía a la veintena era yo un bomboncito –y no está mal que lo yo lo diga, porque no es nada de lo que sentirse orgullosa ni avergonzada-. El patito feo creció, le quitaron los hierros de la boca y se convirtió en una chica de buen ver.  No creo que pasara un día en aquellos años en el que algún baboso no me increpara por la calle. Yo bajaba la cabeza y seguía. Aún me pasa, aunque con menos frecuencia. Será porque ya no estoy tan buena según el canon, pero creo que también tiene mucho que ver con que ya no bajo la cabeza, estoy empoderada y si me increpan respondo y me encaro. Es cierto que entonces no lo vivía como algo terrible, claro, no puedo decir que viviera con miedo constante. Pero sí me hacían sentir incómoda. A bote pronto puedo contar también al menos cinco ocasiones en las que en el metro un hombre se me ha restregado, y dos en las que me he encontrado con un exhibicionista por la noche en la calle o sola o con amigas. Lo que aún no he logrado es volver a mi casa de noche sola y sentirme segura. Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que ninguna mujer lo hace. Yo siempre llevo el móvil en el bolsillo y mi mano en el móvil con el 112 marcado, o hago alguna llamada a mi pareja si está despierto hasta que entro en el portal, o incluso, en el colmo del patetismo, finjo una conversación telefónica.

También recuerdo muchas más ocasiones de las que me gustaría en las que acabé en la cama con tíos con los que no me apetecía estar, porque había empezado o permitido el flirteo y después tenía miedo de pararlo y de que pensara que era una calientapollas o, en el peor de los casos, el chico en cuestión decidiera por su cuenta y sin mi consentimiento que, llegados a ese punto, había que terminar lo que se había empezado. De ahí al resto de mi vida, aparte de muchas otras “pequeñas” historias diarias que no  voy a enumerar, también he tenido una relación abusiva y de celos histéricos y posesivos, que por suerte y gracias a mi maravillosa familia nunca llegó a la violencia física, y me consta –se filtró este tema lo suficiente para que me llegara a mí, aunque jamás lo dijeron abiertamente- que perdí un trabajo cara al público en una galería de arte cuando engordé y dejé de estar buena.

No estamos ya calladas. No vamos a parar.
Imagen de la manifestación #VivasNosQueremos del 3 de agosto de 2015
cedida por @ColectivoMuMa

He vivido todas estas y muchas otras cosas con una cotidianidad abrumadora, acogotante e inconsciente porque así nos hemos criado las mujeres en este Occidente voluptuoso donde la igualdad reside en poder comprarme con mi propio sueldo una puñetera máquina depilatoria. Hasta que descubrí el feminismo nunca las relacioné, ni me di cuenta de que me ocurrían porque mi género había sido despojado del espacio público. Hasta que no llevaba unos años en la universidad y no escuché a algunas profesoras, leí a ciertas autoras, no abrí los ojos a toda la mierda que me caía encima a diario. No fue hasta entonces cuando fui capaz de unir los puntos. Y eso que yo, como os decía al principio, estoy en una situación privilegiada. ¿Imagináis la vida diaria de una mujer sin la suerte de mis recursos sociales, culturales y o económicos? Que el machismo esté tan normalizado que ni las propias mujeres seamos conscientes de hasta qué punto nos apalea cada día, no significa que no exista, sino que lo hemos mamado tanto que, como el esclavo que no quiere ser liberado porque no conoce otra vida, sentimos que es a la segunda clase a la que pertenecemos sin saberlo. Y que no vengan con milongas de que “eso era antes” o que los violadores son locos, o que la gente “ya está concienciada”. Basta echar un vistazo a los grandes medios de comunicación para ver que estamos muy lejos de eso. 

Como sabéis ayer saltaba la alarma –o mejor dicho, el mini circo mass media- porque cuatro mujeres habían sido asesinadas en cuarenta y ocho horas. Llevamos veintitrés mujeres en lo que va de año. ¿Cuál fue el tratamiento mediático? Los asesinatos machistas se siguen abordando en la sección de “sucesos”, las personas que se entrevistan son los vecinos o tenderos del barrio, que apenas pueden aportar mucho más que cotilleos. ¿Cuándo  se preguntará a una feminista experta en violencia machista? Y lo que más me saca de mis casillas, la pasivización de la agresión y la relativización del lenguaje: “Otra mujer ha muerto presuntamente a manos de su pareja”. ¿Cómo que ha muerto? ¿Le ha dado un ataque al corazón y ha caído suavemente sobre las manos de su agresor? No. Basta. Esa mujer no ha muerto ella sola. Y por supuesto, no ha muerto presuntamente. Está asesinada. La presunción de inocencia existe y hay que respetarla, lo que no existe es la presunción de muerte. O se está muerta o no se está.  Y una persona o se muere, o la matan.

También quisiera alertar de otro detalle, por si alguien sigue dudando de la mierda de tratamiento que se da al asunto de la violencia machista. Cito al Diario.es con respecto a unos datos que ha revelado hace poco Feminicidio.net: “Al menos 20 mujeres que ejercían la prostitución fueron asesinadas entre 2010 y 2012, 19 a manos de hombres y una por una mujer, según una investigación llevada a cabo por Feminicidio.net, un portal especializado en la documentación del feminicidio en España. En su informe clasifican 17 de estos asesinatos como "feminicidios por prostitución" (14 cometidos por los clientes), y dos de ellos como "feminicidios íntimos", perpetrados por sus parejas. Sin embargo, solo uno de estos casos está contemplado en las estadísticas oficiales de violencia de género.” Claro. Debe de ser que si una es puta, ser asesinada es un gaje del oficio. Es más, si las estadísticas oficiales no lo llaman violencia de género quizá deberían llamarlo “accidente laboral”, ¿no?  Además, mira, como al fin y al cabo son autónomas –el proxenetismo está penado, así que ya de paso asumimos que no existe- ni siquiera hay que buscar indemnización; el accidente laboral es culpa de la puta, que “ha muerto a manos” de su cliente.

Siento deciros que Occidente también está podrido. Que España huele a mugre machista por mucho que nos creamos muy avanzaditos en la lucha de la igualdad. Que las tías seguimos siendo ciudadanas de segunda y que ninguna institución va a hacer nada por remediarlo. La única vía es la lucha y la autodefensa feminista porque el cincuenta por ciento de la población mundial está jodida de verdad. Si eres mujer y me has leído, te pido que te pares un ratito a pensar en la de veces que has pasado por cosas parecidas a las que yo he contado aquí. Si eres hombre también habrás visto cosas parecidas. Intenta poner todos esos casos juntos y prueba a unir los puntos. Si no consigues vislumbrar al menos el dibujo completo, que el problema es estructural y es de todos, sólo puede ser porque eres idiota o cómplice. Y casi seguro, ambas cosas.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Exilio y privilegios

              
             


              Ando dándole vueltas a mi exilio en estos días, y en si es justo llamarlo así. La perspectiva, el lugar de mi mirada ha cambiado mucho entre el momento en que me iba a ir y ahora, que ya estoy fuera.  Antes de venir sentía ira. Lloraba mucho. Me sentía violentada por haber tenido que dejar mi mundo para poder vivir. Vaya mierda de contradicción. En España no podíamos apenas pagar el alquiler, así que nos quedaba emigrar. No podíamos vivir. Pero ¿cómo se vive dejando atrás tu propia vida?

                Ahora es diferente. Aunque la rabia de tener que alejarte de las personas a las que quieres por culpa de un sistema injusto y excluyente no se va, se siente menos explosiva. La nostalgia es mucha y pensar en lo que ha quedado al otro lado del charco duele de manera más constante y continua, menos chillona: como un  escozor que te acompaña sin que te des cuenta, hasta que llega un "cómo-le-gustaría-esto-a-mi-madre" o un "molaría-quedar-aquí-a-tomar-algo-con-mis-amigas". Y súbitamente, por un instante, se convierte en una rotura de huesos que duele en el esternón.

                Pero soy consciente de que aquí vivimos muy bien. Muy por encima de cómo viven aquí la mayoría de las personas. Soy consciente de que aquí soy una europea, blanca y heteropracticante con privilegios. Mi exilio, aunque de clase, no es el de quienes se fueron a Alemania en los 50 con una maleta de cartón. Mi pareja cobra un muy buen salario en un país donde las desigualdades de clase son aún más apabullantes que en el lugar del que venimos huyendo. Vivo en una casa preciosa que, sin ser un lujo extremo, jamás podré permitirme en mi país, y que la mayoría aquí tampoco. Ahora vivo mejor. ¿Puedo quejarme entonces? ¿Cuál es mi lugar en la lucha aquí? ¿No resulta hipócrita que siga viendo el mundo desde la izquierda feminista? Sé lo que tengo que hacer: escuchar, trabajar, aprender, revisar (y revisitar) mis privilegios, sobre todo los nuevos.

                Hoy ha pasado una cosa en la feria -el mercado-. Quizá os parezca una bobada, pero es la bobada que ha desencadenado mucho rato de reflexión y de trabajo interior para reconocer que lo que siento es "culpa" y que he de convertirla en "responsabilidad". Hoy he ido a un mercado popular que hay en la ciudad para comprar verdura. Nos gusta más hacer la compra allí y evitar el supermercado por muchos motivos, el primero de ellos porque intentamos realizar un consumo responsable y no dar nuestro dinero -en la medida de lo posible- a multinacionales, porque creemos en el comercio de proximidad, más sostenible… En fin, ya os hacéis una idea. El caso es que he comprado unas cerezas y a veces me hago lío con el cambio, así que el tipo me ha pedido por ellas un dineral, que yo he aceptado, y me he ido tan contenta sin darme cuenta. Me las ha cobrado a más del doble y mitad del precio al que las podías encontrar en el resto del mercado, como he descubierto al rato al ver a cuánto estaban en el resto de los puestos. Pero es que también he comprado cebollas que tenían el precio por cada diez unidades, y al llegar a casa he descubierto que solo me habían puesto nueve.

                Me he quedado hecha una mierda. Pero no porque me hubieran timado unos pocos -muy pocos en realidad- pesos, sino porque estoy segura de que ha sido así porque al oír mi acento han dado por hecho -y tienen razón- que tengo más plata que ellos, que estoy en una posición social mejor que la suya. Soy una española pija y "por unos pocos pesos no me va a pasar nada". Y es muy raro. Porque nunca lo he sido, pero ahora lo soy, y no sé cómo gestionarlo. De repente me descubro a mí misma dando explicaciones que nadie ha pedido de lo jodidos que estábamos en España, para que "no nos juzguen" porque aquí vivimos mucho mejor. ¿Qué mierda es esta que tengo dentro? ¿Qué tipo de auto-alienación absurda? ¿Soy una desclasada porque he adquirido privilegios que no tenía?

                Y entonces entiendo que es así como se sienten los hombres que tienen pataletas porque les señalamos que tienen privilegios sobre nosotras, y me caigo fatal a mí misma. ¿Cómo me reviso esto de vivir mejor que cuando vivía como el culo, si en realidad he venido a mejorar mi vida? ¿Y cómo me reviso aquí ser una privilegiada aquí, pero sentirme exiliada en el corazoncito? 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Putas, sororidad y mi bocachanclismo.



Hace algunos meses, en un artículo que escribí, dije que feminismos hay muchos. Tantos, que a veces una se acaba desmovilizando por sopor ante el constante debate, tira y afloja. Ciertos temas se enconan-coñan tanto que acaban por aburrir, se quedan flotando en la superficie de las teorías, se alejan de la calle y se vuelven improductivos. Si hasta hace unos años las feministas parecíamos tener que enmarcarnos o bien en feminismos de la igualdad o de la diferencia, o queer –que era ya lo más de lo más-, siempre ha habido que mojarse en el tema de la prostitución, y cada 23 de septiembre, como siempre y sin tarjeta, con la confusión de “trata y de prostitución”, hay que elegir y posicionarse entre ser abolicionista o regulacionista. 

Hace ya un par de años, saltaron a la palestra las mediaticas Femén, un grupo de activistas jovencísimas ucranianas –en los primeros tiempos, ahora el movimiento se ha internacionalizado- que, a muy grandes rasgos, se caracterizaron por su crítica y acciones –generalmente mostrando las tetas en lugres públicos, pero también derribando cruces, asaltando iglesias, etcétera- contra las distintas iglesias cristianas, la sharia, el islamismo y la prostitución por considerarlas distintas prácticas de dominación y esclavitud del cuerpo femenino. Muchas feministas las aplaudieron, otras muchas las criticaron y la controversia sigue, pero en cierto modo revisibilizaron el debate de la prostitución. Un debate que, si bien nunca dejó de estar presente, no llegaba con facilidad y asiduidad a los medios de comunicación tradicionales.

Arresto de una activista de Femen en Bruselas, durante una acción contra Putting. Diciembre de 2012 (Fuente: Geert Vanden Wijngaert/AP Images)

Aunque Hetaria y muchos otros llevan dando guerra desde siempre, varios colectivos de trabajoras del sexo participaron muy activamente en las acampadas y asambleas del 15M durante 2011 en España –Recordemos la deliciosa proclama: “Las putas declaramos: Los políticos no son hijos nuestros”- y Feminismos Sol, tras largas asambleas y encuentros, llegó a varios consensos a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales y en contra de la trata de personas. El debate, que siempre estuvo en la calle, de forma literal, iba haciéndose cada vez más extenso.

He intentado localizar la autoría de esta foto sin éxito. Juraría que empecé a ver camisetas como ésta en las acampadas del 15M, pero desconozco su origen. Prometo poner la fuente a pie de página en cuanto tenga la info. (Gracias a @SorSebastian y tantxs amigxs por ayudarme en la búsqueda)
Yo entonces andaba más bien cercana al abolicionismo, pero desde entonces he ido entendiendo cosas que nunca antes había comprendido y que ahora sé explicar desde un punto de vista teórico, gracias en parte a lo partidaria que soy de muchos conceptos que nos trajo la postmodernidad, y que también me ayudan a posicionarme a este respecto. Me explico. Últimamente, desde la izquierda sobre todo, mucha gente se queda únicamente en las barbaridades Fukujama Style cuando habla de postmodernidad. No, oigan, no voy por ahí, no creo que haya llegado el fin de la historia, ni de las ideologías. De hecho, la “desideologización” -como "lo neutro"- no me parece sino el subterfugio pretendidamente aséptico de la derecha. 

A mi humilde entender, la postmodernidad es el paradigma cultural en que nos movemos -al menos en Occidente-, el lugar desde el que pensamos el mundo y, desde ese punto de vista, pienso que negarla sería como si Velázquez se negara a ser barroco. Dentro de ese discurso postmoderno desde el que pensamos, hablamos e interpretamos la realidad, hay algunas herramientas que considero muy poderosas para el análisis, la crítica y la lucha, como la deconstrucción y la importancia del relato para la identidad. Efectivamente, los grandes relatos, muchas de las grandes Verdades –que no realidades- de la modernidad se han tambaleado con la globalización y la sociedad en red,y no diría que para mal. Los grandes discursos del Comunismo o el Capitalismo, las grandes obras con afán de universalidad ahora necesitan ser contextualizadas y relativizadas, deconstruidas y reformuladas según las necesidades concretas o según los colectivos de los que se trate. Y eso es la mar de sano: no es relativismo eximente, es contextualización. 

Probablemente, como anticipaba Foucault en Las palabras y las cosas, esto ya empezó a ocurrir precisamente en la modernidad, tras el “descubrimiento” del nuevo mundo al chocarse los europeos con nuevas formas de entender el mundo. Pero ahora, más que nunca, con siglos de medios de comunicación de masas democratizados, y más aún con el acceso a internet y la revolución de las comunicaciones, cualquier personita de a pie debería poder entender que no existen grandes modelos de Verdad que se puedan aplicar a otras culturas, contextos sociales y realidades sin más. Las éticas tienen que ser necesariamente dialógicas y las identidades conscientes de que lo son para poder ser aquello que deseen ser libremente y en igualdad de condiciones.

Aclarado esto, puedo afirmar que, aunque me considero laica y relaica y aunque no me guste ninguna religión -porque me parecen que todas usan instrumentos de sometimiento de la mujer- nunca jamás se me pasaría por la cabeza arrancar crucifijos de cuellos ajenos, prohibir velos, ni decirle a nadie cómo tiene que empoderarse y luchar, porque soy consciente de mi lejanía con el contexto de las personas que profesan religiones, de lo intraducible de cada paradigma. Además, quiero insistir mucho en algo: he visto luchas y activismos feministas mucho más fructíferas, atrevidas y fuertes en países musulmanes, en Latinoamérica o la India, de lo que seríamos capaces de hacer aquí, nosotras tan blanquitas, educadas y racionalísimas europeas de pro. Y eso no es tampoco el relativismo cultural al que se agarra el machismo, así que ojo, machistas relativistas transnacionales: acosar, violar, pegar a una mujer, denigrarla y considerarla inferior, objetivizarla, esclavizarla, negarle los derechos básicos etcétera, está mal en casa del español viejo, del judío del kibtuz y del chino mandarín. 

Desde ese mismo lugar, volviendo a la discusión del abolicionismo, me pregunto si debemos dar por hecho que una mujer que ejerce la prostitución está siendo denigrada. No lo tengo claro. O mejor dicho, creo que la única que puede decirlo es la prostituta. Os recuerdo que hablo siempre y cuando ésta la ejerza sin coerción alguna, sin mafia y sin trata. Porque repito, y lo haré mil veces: la prostitución y la trata NO son lo mismo. Muchas abolicionistas me dirán que en un contexto social patriarcal, machista y capitalista en el que vivimos, la coerción a la hora de ejercer la prostitución existe siempre, incluso cuando ésta se ejerce “libremente”. Y vale, podría ser cierto, pero así también cualquier trabajo remunerado podría no ser elegido en plena libertad, porque la rueda del capitalismo nos hace necesitarlos para comer. ¿Existe algo más coercitivo que un sistema en el que o entras a la rueda o la alternativa sea el hambre y la exclusión?  ¿Existe, pues, libertad en nuestro contexto social? No, pero no sólo para las prostitutas, sino para nadie.
Si el problema no está entonces en si verdaderamente ejercen la prostitución libremente, ¿dónde está lo denigrante? ¿En que su cuerpo es utilizado como mercancía? Volvemos a algo parecido. ¿Qué cuerpo no lo es? ¿No es mi cuerpo en la oficina pura mercancía? ¿Y cuando friego el wc. en mi casa y nadie me paga? Seamos serias, que llevamos usando nuestro cuerpo como mercancía para producir más mercancia desde los albores de los tiempos: concretamente, como fuerza de trabajo. ¿O no es la maternidad una forma de producción no remunerada? ¡Chicas! ¡Que eso es de primero de Federici!
A decir verdad, a mí me parece que es más empoderador ser dueña de tu propio medio de producción, usarlo cuándo y cómo te venga en gana, y cobrar por ello. Eso es algo que todas tenemos muy claro y no nos produce susto alguno cuando el espacio “cuerpo” se limita al cerebro o a las manos -¡Vamos, vagas, más que vagas asalariadas, emprendamos, emprendamos! ¡Viva el derecho a emprender!- pero cuando entran las vaginas o el gustete sexual en juego a ganar dinero, la cosa se pone fea. En mi opinión, según cómo se trabaje la identidad y si la prostitución se ejerce desde el feminismo, no puedo ver arma más potente que asumir nuestro propio cuerpo como algo nuestro de verdad. Tan nuestro como para poder entenderlo como medio  de producción. Pero, ¿y la plusvalía? ¡Pues la plusvalía, si el cuerpo el mío, mía también!

He encontrado esta foto trasteando por Google. Quisiera poder citar a la autora, pero la página donde la he encontrado, no ha tenido a bien dejar la fuente original, aunque al menos está firmada -Gracias Shane-. Muy simbólico todo. Hoy no es mi día con las fotos.
Y hete aquí otro punto gordo ético teórico. Dirían las abolicionistas –y yo he de reconocer que en esto soy una conversa, pues de aquí venía yo- que en la práctica real, la mayoría de la prostitución la ejercen mujeres pobres. Existen prostíbulos donde la prostituta apenas se queda con nada de lo que recauda. E incluso, es bien sabido que, en el contexto del capitalismo global, existen los llamados destinos de turismo sexual donde miles de hombres viajan al año, lo cual intensifica el problema de la trata. Vamos, que la cosa en la práctica parecer mover muchísimo dinero del que no se apoderan precisamente las putas. De hecho, de ser así, serían las dueñas del mundo. Bien. De acuerdo. La injusticia está más que localizada. Pero ahora me pregunto: ¿no es eso algo intrínseco al capitalismo global patriarcal? Hagamos una analogía con otro mercado donde la producción esté controlada por hombres y el trabajo feminizado: ¿qué diferencia hay con la industria, por ejemplo, de la moda? ¿O es que no sabemos que los grandes grupos textiles buscan los países más pobres y esclavizan a las mujeres en sus fábricas en condiciones inseguras, insalubres, que sus trabajadoras en el “primer mundo” también están sujetas a despidos por embarazo, cobran menos que los hombres y a toda la parafernalia machista occidental? ¿Qué diferencia habría si no es en la mera práctica sexual?
Vale, también se nos puede decir que no es “meramente” esa práctica sexual. No hay que olvidar que no somos seres a-ideológicos, sino culturales, que existimos y somos en un lenguaje, en un texto y en su contexto. Y que, por ejemplo en Occidente, son muchos siglos de dualismos neoplatónicos cuerpo / alma o mente, muchos siglos de moralina religiosa, y que lo sexual tiene significados y tabúes muy difíciles de arrebatar, que tienen efectos sobre las cabecitas de las personas y que la mayoría del consumo de prostitución no es precisamente feminista, sino que se sirve de esos tabúes para perpetuarse. Pero, ¿no trata precisamente el feminismo de arrebatarnos todo eso? ¿De trabajar por la decisión de las mujeres en un ámbito libre? ¿De terminar con los tabúes que nos esclavizan? Por favor, amigas, díganmelo, porque si no va de eso, me apeo pero ya.
Y ahora que estaba por terminar el texto y lo releo, ¿sabéis qué? Que me dan ganas de borrarlo desde arribota. Estaba a punto de liarme a criticar algunas cosas que leí en el libro de Beatriz Gimeno –muy lúcido, por cierto, aunque no estoy de acuerdo en casi ninguna de sus conclusiones-. Estaba a punto de contaros mis pocas experiencias con prostitutas, curiosamente abolicionistas. Pero me he releído, queridas. Es verdad que soy una tía insegura en general, pero eso también a veces, la cosa de cuestionarme todo el rato, me ayuda a hacer autocrítica y de eso también va este blog. Bien, pues haré de mi inseguridad virtud: me he releído y me he caído fatal. ¿Quién carajo soy yo para hablar en nombre de nadie? ¿Quién carajo somos las feministas de salón para sentar cátedra y citar librotes sobre la vida y las decisiones de otras mujeres? ¿Por qué no se nos ocurre algo tan sencillo como callarnos y dejarlas decidir sobre sus cuerpos, si es lo que estamos pidiendo para todas con el aborto?
Yo que pretendía exponer que no me cuesta colocarme en ninguna de las dos posturas… Nada: ahora mismo olvidad todo lo que he dicho. Toda la pedorrería y la palabrería y los conceptos bonitos y lustrosos. Quienes tienen que hablar y decidir son ellas. Yo mejor me quedo a su lado luchando, pero calladita y aprendiendo, igual que pedimos a los biohombres que nos acompañan. Queridas feministas que no ejercemos la prostitución, dejémos de sacarnos los ojos y de llenar páginas de paja y dejemos a las prostitutas buscar sus propias vías de empoderamiento, que de eso va la sororidad: de seres iguales que se acompañan y apoyan en las decisiones, y no de sentirnos mujeres con superioridad moral o intelectual en condiciones de salvar a nadie.
Vale ya con nuestro rollo pedorro. No seamos paternalistas –y si, digo pater, chicas, digo pater /patriarcal- dejemos de arrebatar a las putas su voz.


* ¡Ah! Y con las Femen digo algo parecido, que se han jugado el careto, alguna ha estado en la cárcel, y han sorteado a la policía y, al menos eso, se lo tenemos que reconocer. Aunque yo no comparta algunas de sus luchas, ni alguna de sus formas, el enemigo es común.
** Este post va especialmente dedicado a Isabel Mastrodoménico, feminista maravillosa, peleona, luchadora a la que admiro y amo y con la que no puedo diverger más en la teoría y admirar más en la vida. Seguro que estará en absoluto desacuerdo con este post, pero con mujeres como ella se aprende sororidad cada día. Gracias Isa.

martes, 3 de septiembre de 2013

Arrebatándoles los dioses



Llevo ya muchos meses dándole vueltas al papel de las religiones en la sociedad patriarcal. Vale, ya, original no es el tema, pero oigan, el blog es gratis, así que si quieren seguir leyendo, adelante y, si no, no se quejen tanto. Creo que estas curiosidades mías vienen porque me he criado en una familia curiosa y llena de contradicciones, podría decirse que soy hija de los límites, de los bordes y de los matices o los peros: Con una madre que militaba en la CNT hasta que se mosqueó y se convirtió en una especie de feminista liberal, un padre militar cercano a la UMD y amigo de la teología de la liberación, estudiando desde pequeña en un colegio de monjas de “barrio bien”, pero en una familia que se movía entre el ateísmo y el agnosticismo e hipercrítica con las altas esferas religiosas, y en la que yo era la única que iba a misa, solita y por gusto, para volver luego a casa a escuchar Extremoduro.  Así que no es de extrañar que el día de mi confirmación, con diecisiete años, lejos de llegarme el espíritu santo empalomado, mientras leía en el altar la conversión de San Pablo, lo que cayó sobre mí fuera una gran anti revelación, o dicho en plata, un gigantesco y muy inoportuno: ¿Pero qué invento es esto?

Desde que la inexistencia de Dios se me reveló como una especie de cortocircuito, no he podido dejar de pensar en el papel de las religiones –en general– en las vidas de los seres humanos, en las organizaciones sociales y en su papel de instituciones cohesionadoras del grupo, de máquinas de normatividad, de elaboradoras de lo simbólico. Decía Donna Haraway que los humanos somos seres de ficción, maquinas que se auto dotan de identidad, bichejos a medio camino entre lo artificial y lo natural. ¿No se trata de eso precisamente esto de que el Ser humano es un ser que habla? Creamos realidades, autorrealidades, a través del lenguaje, de los símbolos. 

Lo que es/debe ser una mujer, por ejemplo, se entremezcla con esa gran mentira de lo “natural”, que se usa cuando quiere decirse “tradicional”. Lo “natural” es la Verdad que inventa Dios, o el científico, o el jurista, porque  el derecho es otro gran invento nuestro algo más consensuado –o no- que nos dice cómo tenemos que comportarnos, en definitiva, qué somos y por tanto, cómo serlo. Pero ojo,  los cuentos, la ficción, la televisión, la publicidad, toda la realidad en la que nos movemos opera como un relato que da coherencia a nuestra identidad en el grupo, es ideología que nos susurra cómo ser. Por eso, amigas feministas, dejemos de subestimar las superestructuras; no se trata sólo de llevar la razón - la razón decimonónica se nos queda corta- sino más bien de todo lo contrario, de controlar lo simbólico. Quien controla lo simbólico controla la sociedad. 
Quizá hasta hace poco hemos pecado de ingenuas. Hemos pensado que con educación y concienciación se consigue la igualdad de oportunidades. Y aunque no se puede negar que éstas son grandes herramientas para abrir los ojos a algunas personas, desde luego, no es suficiente para nuestra revolución. Mientras nos limitemos a ser algunas educadoras dando la tabarra desde abajo, seremos como David contra Goliat, pero con una piñata de golosinas en vez de con una honda. 

Bien sabemos que el feminismo no está bien visto. Todas las alarmas y los pelos se ponen de punta, ante alguien que se declare abiertamente feminista, así que quizá va siendo hora de que, reapropiándonos de algunas de esas cualidades malignas asociadas a lo femenino, seamos más sibilinas: que nos infiltremos y hagamos guerrilla desde dentro de las cabezas. El lobby honesto directo y visible no nos está funcionando, somos minoría y no conseguimos entrar en ciertas conciencias a partir de la razón. Reconozcamos de una vez que no todo el mundo es educable y que hay ciertos bestiajes cuyos comportamientos y cocorotas son imposibles de cambiar, que hay que adiestrarlos. ¿Y cómo se adiestra? Con el miedo al castigo. No hay más. La fuerza de la coerción tiene que ser nuestra, y somos demasiado pacíficas como para echarnos a las armas: Creemos una religión y hagámosla llegar al mainstreaming cultural: Tenemos que apropiarnos de las llaves del infierno. Ser las amas de lo simbólico. Quitemos al machirúlico cancerbero o al viejuno de San Pedro y démosle las llaves a Medusa, que ya va siendo hora de que le devolvamos el lugar que se merece y les dé lo suyo a quienes no hayan venerado como se debe a la Diosa, quien creó a la mujer a su imagen y semejanza. 

Medusa de Caravaggio. Medusa no nace de la nada como ser monstruoso, sino una doncella sacerdotisa de Atenea violada por Poseidón, que fue “castigada” por ello a convertirse en verduga pasiva, convirtiendo en piedra a aquellos que la mirasen.


Infiltrémonos, de verdad, tenemos que hacernos víricas, entrar en las cabezas, hacernos con los medios de producción de lo simbólico, la ficción, la religión, los estudios, las tradiciones. Con algunos de estos lugares ya nos hemos puesto, pero quizá nos estemos olvidando del más irracional y efectivo de ellos: En vez de combatirlas a pecho descubierto, reinterpretemos las religiones en términos feministas. ¿Por qué no? ¿Por qué no darle la vuelta a la Biblia, masticarla, deconstruirla, regurjitarla, debatirla  y hacer nuestro el resultado? ¿Por qué no hacer de Jesucristo un transgénero y de María una matriz autosuficiente sin esperma*? Si lo hemos hecho con tantos otros relatos desde la Filosofía y el feminismo –Estoy pensando en Antígona, en Eloísa, en Juana de Arco…- ¿Por qué no hacerlo con La Palabra de Diosa?


*La idea de la Virgen María como icono feminista autofecundada no es mía, que ya me gustaría, se nutre de este genial post de mi admirada Alicia Murillo: